Recuerdo aquella noche,
soñé que estaba muerto […],
El otro lado de la luz,
el lado de al lado,
el lado alado,
el lado helado,
el lado crudo de la luz,
el lado ludo de la cruz.
Jim Beam Dream, El evangelio según mi jardinero (Uruguay, 2006),
Me desperté de un sobresalto
en un sueño,
contento por poder salir
de ésta parálisis extraña
que me sigue desde el final de la infancia
y que me liberó de la creencia en dios.
Una chica de cabello corto
abrió la puerta de su cuarto.
Sólo se podía ver su cabeza.
Yo sabía que escondía el resto de su cuerpo
porque estaba desnuda
y con su novia.
Me preguntó « ¿todo bien ? »
y yo asentí.
Ella sabía,
como compañera de casa,
que eso me sucede con frecuencia
y que es angustiante.
Me levanté
para asegurarme de que no me sumergiría
en ése estado amorfo
por enésima vez.
Me acerqué a ella
teniendo cuidado de no incomodar
su intimidad con mi mirada.
Sin embargo, mi vista
se perdió en un punto del fondo
de su cuarto, con una intensión discreta,
y llegó hasta el espejo de su habitación
en el cual la cama se reflejaba.
Su novia estaba acostada,
con la cobija azul hasta las caderas,
con los pechos al aire,
tranquila,
como si estuviera en la playa.
Se dio cuenta de mi mirada
pero no parecía perturbada por ello.
Regresé a la cama,
con la lucidez de la idea de aquellas
dos mujeres que olían a sexo,
como es normal en una tarde de verano,
cuando hace cuarenta grados en Granada,
cuando todo el mundo está en su casa
haciendo el amor o una siesta.
Decidí no temer
y entrar en mis miedos.
Regresé a las sábanas blancas
y me acosté sobre ellas.
La parálisis me invadió inmediatamente,
llenó mi cuerpo
como cuando se hace una fosita
al lado de un río o del mar
y después de cava un canal
para que el agua entre.
Dudé entre ir hacia el sueño
o debatirme por la lucidez.
Al cabo de tres intentos,
estaba despierto,
de un sobresalto otra vez,
pero en la realidad,
la verdadera,
si eso quiere decir algo,
en el albergue, en Granada,
rodeado de otras siete camas
de madera casi nuevas,
donde se podía ir por una cerveza
para paliar el calor y comer
por el mismo precio,
una vez que el corazón
dejaría de latir con violencia
al interior
de éste miedo de muerte
que siento cada vez
muy a pesar de mí
y que marcó el fin de la inocencia.