Cada vez es más claro
que sólo puedo depositar
una esperanza en ti,
que me habrá mil puertas
para las que no tengo llave,
porque si te la pidiera
te desvanecerías,
y los umbrales seguirían
clausurados
porque ni siquiera tú
sabes abrirlos.
Esa es la forma de este tablero
de una partida puertas adentro.
Por despecho,
diré que tampoco quería entrar,
pero ya estoy dentro.
Era sólo un temor a que la salida
sea más dura que su opuesto,
como nadar en el mar,
hay que estar atento,
y poco a poco,
ya estás flotando
sin pensar en que te puedes ahogar.
Temores de neófito,
patrañas, telarañas de olvido
del placer de jugar.
Apuesto,
porque puedo perder,
al menos hoy.
Mañana, no sé.
Ganar es una palabra
sin sentido, de forma individual.
O ganan los dos o no gana nadie,
dicen las reglas.
Lo lúdico sólo puede
ser en un tiempo presente.
Dirás que soy un mal jugador,
y que hago trampa pensando
en el futuro.
Es raro un juego sin estrategia,
sólo tengo que olvidar
todo lo que jugué
hasta ayer.
Los besos que se haya
podido ganar
se gastan en la partida.
Nada debe salir,
así está descrito,
lo que importa es jugar
a estar contigo,
aunque no pueda ir a ciegas
porque me crecen flores
en las manos,
en los ojos
y en las venas,
con los que veo campos
donde no hay gente,
sólo aire y vida para palpar,
sólo versos en racimo,
intravenosos,
vinos que esperan ser bebidos
y cigarrillos ya liados.
Quizá deba dejar de pensar
que sólo tú tienes las copas
y el fuego,
y los ojos a través de los que
me gusta mirarte
y seguir como estaba,
sin té, sin ti,
sentado o de pie
en una ciudad donde
casi nadie me conoce,
sin raíces ni sombras,
hablando una lengua
que no era la mía,
y tratando no perderme
en la soledad de los metros y túneles,
nadando entre ríos de gente
sabiendo que sólo me tengo a mí mismo,
se me da bien también,
y sin hacer trampa.
Y es divertido por otras razones.
A lo mejor, al final,
sea la única forma
de saltar en la rayuela,
y no lo sabía,
sin miedo a la pérdida
de algo, de alguien,
Lo pienso, pero
en la ciudad que llevas dentro,
me gusta caminar
por la tarde,
cuando el sol arde
o las nubes cubren toda
la vista
a la vista,
vista, pero desconocida aún,
untada de humores trueno,
de sonidos freno y arranque,
de saltos hacia vacíos espectrales
y cavernas llenas de una sustancia suave,
como tu piel,
e impenetrable como los sueños de los otros,
sólida hasta acabarse las uñas
y espaciosa como el mejor horizonte.
Aquí y aparte,
un sólo estado no basta,
no debería ser una tragedia,
sino una posibilidad extra de ser,
la eterna cuestión del lado del espejo,
pero sin la necesidad de elegir.
No es que esté en desacuerdo,
es que nunca lo había pensado,
y si lo hice,
la idea se diluyó entre un sueño
y el despertar de un día de trabajo.
Rayuela al cielo,
rayuela a pelo,
rayuela descalzo,
rayuela de cabeza,
rayuela, siempre rayuela.
Tú rayuelas,
y en mi turno,
yo rayuelo
y eso implica,
creer en el juego
como la realidad
que es cuando existe
cuando todo lo demás
queda excluido,
fuera del límite del
perímetro de los cuadrados
y el círculo que remata
el tocado,
cuando todas las demás reglas
del los hombres y mujeres
esperan tras la línea,
feroces,
tratando de llevarnos del otro lado,
sin lograrlo,
repelidas como los átomos
de dos objetos,
sin tocarse,
con la fuerza brutal
del espacio aéreo
entre sus spins,
cocidos en la marmita del
inicio del tiempo
que les impide colisionar.
Así nos miran de fuera
y aunque quieran,
no pueden entrar.
Sólo se admiten dos jugadores
por unidad de tiempo,
el resto,
es ego
porque la consciencia sólo
admite un encuentro real
por cada momento vivido,
a menos que se tenga
una cabeza de medusa,
o se sea al menos bicéfalo.
Como no es lo más común,
ahí se queda el mundo
cuando se rayuela.
Jugar es cosa seria,
de esa de estar donde se está.
Y justo ahora te espero,
estamos en plena partida.